jueves, marzo 17, 2005

El café y las estrellas. . . . . . . .

“Hoy mirando al cielo me di cuenta de que la estrella aquella que solíamos observar estaba más brillante que nunca. . . . . .

¿Recuerdas la primera vez que la observamos?. . . . .


Caminaba como cada noche de regreso a casa, había sido un difícil día laboral y toda mi mente estaba ocupada por la única y enorme idea de descansar. El destino jugo su papel, y lo jugó excelentemente: me hizo recordar que necesitaba comprar un poco de café para el día siguiente (funcionaba como mi motor). Desvié mi camino un poco para acercarme a la tienda más próxima. . . . . .¡Nunca imaginé que por unos pasos mi vida iba a cambiar tanto!

Ahí te vi por primera vez, ahí conocí lo sublime de tu rostro y lo hermoso de tu figura; me impresiono la delicadeza de tus formas y la sutileza de tu sonrisa; quede impactado ante tus angelicales ojos y me conquistó la belleza que todo tu ser poseía. . . . . . Te adueñaste de mí en un instante.

No sabía que hacer estaba encantado por tu majestuosidad; quería abordarte, intentar escuchar tu voz, pero no me atrevía a dirigirme a semejante deidad. . . . . luego, de nuevo el destino contribuyó en este idilio: te distrajiste, la ocasión perfecta para mí embestida; un choque accidental (premeditado por supuesto), una disculpa y un ‘¿puedo invitarla a tomar algo?’ fueron el inicio de una buena noche.

Al principio me sorprendió que aceptaras mi invitación (ya después me confesarías que tu también pusiste de tu parte en el choque), dudaba que me vieras con otros ojos que no fueran los de un extraño reparando el incidente. Recuerdo todo lo que charlamos esa noche, absolutamente todo.

En un momento te pedí que miraras el cielo, y que junto conmigo contemplarás la bella noche que la naturaleza nos había regalado, estaba llena de estrellas y con una gran luna asomándose a contemplarnos sentados en esa banca. . . . . . . no pude más y te lo dije:

-te regalo una estrella, la que tu quieras, las más brillante

-¿la que yo quiera?-preguntaste

-si, la que mas te guste

-pues quiero esa – dijiste mientras señalabas una.

Esa noche te dije que al ver esa estrella yo me acordaría de ti, pues era tu estrella, la que tu habías elegido. Solo sonreíste, te negaste a contestar algo ante tal muestra de cariño y atrevimiento.

Tuvieron que pasar 2 meses para que mi comentario tuviera la contestación esperada:

-Cada noche-me dijiste- cuando yo mire esa estrella yo también pensare en ti, pues tu me la has regalado.

Con gran dicha escuche esas palabras, mismas que ya no pude borrar de mi mente. Era la señal de que mi amor por ti era correspondido. . . . . . . . . . . . esa noche prometimos que viendo esa estrella estaríamos juntos aunque la distancia se interpusiera entre nosotros. . . . .

Hoy las cosas son distintas. El tiempo ha apagado la llama del amor en tu corazón, el cariño y la pasión se han extinguido tanto como la luz de aquella estrella, luz que hoy, como hace tiempo no lo hacía, brillo con enorme intensidad.

Al verla brillar creí que tal vez tu también estarías viéndola y tal vez por un momento (quizá menos que un instante) te acordarías de mi como yo de ti.

Mire tu estrella largo tiempo, recordé los maravillosos momentos que pasamos juntos bajo su luz. . . . . . . . . de pronto vino a mí un pensamiento: ¿y si la estrella brilla solo para ti? ¿y si está brillando para iluminar el nuevo amor que quizá ha llegado a tu vida?. . . . . . . . .

No pude seguir viendo tu estrella, te imaginaba en brazos de alguien más y me dolía. Decidí entrar a mi casa, me serví un café y me senté a reflexionar: yo te regalé esa estrella, no puede brillar para alguien más que no seamos tu o yo.

Quizá brilló para que los 2 volteáramos a verla, quizá tu igual que yo ya estás pensando en mi. . . . . tal vez si, tal vez no. Mientras disfruto mi café, pensando que fue por comprar café que te llegué a conocer; que fue por comprar café que viví los días mas bellos de mi vida.”


Se que lo leerás pero jamás lo sospecharás. Te amo